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Desde que César Viveros emigró a Filadelfia hace 20 años, su obra se ha infiltrado en todos los rincones de la ciudad.
El veracruzano ha creado más de 40 obras con Mural Arts, además de numerosas pinturas al fresco, esculturas, mosaicos y altares, así como representaciones de danza azteca. También es conocido por sus esfuerzos para restaurar el jardín comunitario César Andreu Iglesias en Kensington, el cual se encontraba en completo abandono.
Viveros recibió recientemente una beca del Pew Center for Arts & Heritage, y su obra ha sido expuesta en el Museo de Arqueología y Antropología de Pennsylvania, el Museo de Arte de Filadelfia, el Fleisher Art Memorial y el Kimmel Center.
Nada de esto habría sido posible, le dijo a Billy Penn, de no ser por su infancia y su herencia.
Viveros creció rodeado de una familia numerosa cerca de la costa del Golfo de México, en Tejería, uno de los municipios más antiguos de América. Todos los veranos, él y sus hermanos iban al rancho de sus abuelos para reencontrarse con sus tíos y numerosos primos.
“Recuerdo bien que éramos 24 porque llegamos a crear dos equipos de fútbol”, dijo Viveros sobre sus primos, acordándose de cómo aprendieron a sembrar maíz y a vigilar la cosecha. El rancho no tenía agua potable ni electricidad, pero sí un río voluptuoso donde su abuela sacaba barro para crear sus propios comales y cocinar tortillas para la familia.
De su abuela, aprendió a utilizar el barro y a convertirlo en obras de arte.
Viveros hizo sus primeras obras de cerámica con sólo 5 años, según confesó, replicando las esculturas que aparecían en los libros de historia, o los restos de vasijas rotas que encontraba en la tierra fangosa de los alrededores de su casa.
“Era una sensación genial poder hacer cosas a esa edad que nunca habías hecho antes”, recordó.

En la escuela secundaria se aficionó a la pintura y, cuando los maestros descubrieron su talento, empezaron a encargarle cuadros a gran escala para eventos escolares y festivales. Aunque Viveros no tenía formación artística formal, cuando terminó la secundaria ya recibía encargos remunerados para anuncios pintados a mano.
Aunque se tratara de publicidad, Viveros afirmó que él y su mejor amigo y compañero artista, Nicolás Nava, se esforzaban al máximo para convertir el anuncio en una obra de arte.
Al no poder pagar la matrícula universitaria para entrar a la escuela de arte, Viveros siguió una carrera técnica en buceo comercial. Eso lo llevó a las plataformas petrolíferas de la Sonda de Campeche, en la península de Yucatán, donde trabajó y vivió en alta mar durante tres años.
El sueño americano de un artista
Después de que un compañero de la plataforma petrolífera, que vivía en Houston, le animara a perseguir el sueño americano, Viveros, en ese entonces de 25 años, decidió volver al arte y mudarse a Filadelfia.
Consiguió trabajo como lavaplatos en un restaurante tailandés en el norte de Filadelfia para pagar las facturas, mientras tocaba las puertas de artistas, galerías y museos. Sin embargo, no tuvo suerte.
En 1997, leyó un artículo en las noticias locales sobre la artista de fama internacional Meg Saligman, que estaba realizando un mural de 10 pies entre las calles Broad y Spring Garden, lo que se convertiría en el famoso “Common Threads”. Viveros visitó a Saligman, entabló conversación y se ofreció como voluntario.
Días después, dejó su trabajo y se convirtió en el ayudante de Saligman. Hasta que se le abrieron otras puertas.
En 2000, Viveros viajó con Saligman a Luisiana y tuvo su primer solo show utilizando la técnica al fresco y la escultura. De vuelta a Filadelfia, la fundadora de Mural Arts, Jane Golden, le ofreció la oportunidad de trabajar en proyectos en la ciudad donde vivía.
Más de tres docenas de murales después, Viveros se ha hecho un nombre con obras inspiradas en la diversidad, la gentrificación, las tradiciones ancestrales y la comunidad inmigrante.

Su escultura más reciente se develó el mes pasado en el jardín comunitario Iglesias, un espacio que Viveros y los residentes han rescarado del abandono y lo han convertido en un vibrante espacio para ofrecer talleres educativos, eventos, conciertos y cenas. Cuenta con una cocina comunitaria, esculturas, un temazcal y campos de maíz, muy parecido a su niñez en Veracruz.
La nueva escultura representa al dios azteca del fuego, el más antiguo de la tradición mesoamericana. Es la pieza más grande en la que Viveros ha trabajado y está hecha de arena y concreto, técnica que aprendió de niño cuando ayudaba a su padre en la construcción de su propia casa en Tejería.
El mejor amigo de la infancia de Viveros, Nava, voló desde México para ayudarlo con la escultura.
“César ha conseguido el sueño que siempre tuvo de joven, y me alegro mucho por él”, admitió Nava. “Quiero acompañarle en ese viaje”.